6.9.06

ORDENACIONES DIACONALES EN ZÁRATE


De hecho, en el trozo de 2 Cor 4,1-2 san Pablo hace un sinceramiento acerca de la valentía («parresía») apostólica que lo embarga: el Apóstol de las Gentes no se acobarda en su ministerio porque no viene de su pobre voluntad humana. Antes bien, lo ha recibido por pura misericordia, por puro don. Y Dios se hace cargo del don que otorga, es Suyo.

Esta gratuidad, esto sí, requiere de parte de quien lo recibe una esencial responsabilidad; y el elemento principal de ésta es «no anunciarse a sí mismo», que significa también: no buscar la propia imagen y la propia honra por encima de todo, no hacer los propios antojos, no servirse de la Iglesia para provecho propio, no ser holgazán ni avaro ni codicioso, no vivir de mañas y de arrebatos del temperamento, no instrumentar a los demás para el propio proyecto, no ser desobediente ni causador de escándalo, divisiones y desdichas… Y tantas cosas más. Pablo sigue su defensa afirmando que él no se anuncia a sí mismo, sino a Cristo, y su ministerio es de servicio, llevado a cabo en la humildad en la pobreza (la pobreza evangélica, la verdadera, no aquella que sólo es declamada pero menos es vivida) y en el sufrimiento, ése que enaltece porque es ofrecimiento para que se cumpla el plan de Dios. No siempre vemos todo esto con claridad. En esta oscuridad aparece y se experimenta la gloria de Dios, que resplandece en el rostro de Jesús.

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